Baldosa. Objeto, la mayoría de las veces, cuadrado como un agarrador, un trocito de chocolate, una plaza. Superficie que se calienta por la mañana, tras el café. Agradable y tibia en las tardes de verano. Adecuada para patinar con zapatillas de terciopelo o para noches de baile descalzo. Cómoda para lavar, excelente espejo de rayos de sol curiosos. Utilizable individualmente como salvamanteles o pisapapeles. A veces llamada de la abuela, como si del abuelo se hubieran perdido las huellas.
Podría parecer frágil, pero combate diariamente ataques aéreos de todo tipo, salpicaduras de aceite incandescente y tazas voladoras. De aspecto anguloso, revela una personalidad traviesa que difunde mensajes repetidos que nos conducen a jardines floridos y habitaciones psicodélicas.
Decorada con motivos geométricos o pinceladas a mano alzada, sigue las modas a su manera. Sin prisa, permanece pacífica en nuestras paredes mientras su presencia sea bienvenida. Participa en silencio en cumpleaños, bodas, mayonesas descontroladas y soledades. A lo largo de su vida es celebrada, a veces ridiculizada y a menudo lamentada. Se imprime en el recuerdo tan profundamente que podría dibujarse de memoria con un dedo en el aire.
Refleja el tiempo que fue y el que será como una casa nueva que aún huele a yeso. Encontrar algún ejemplar abandonado en el sótano se considera como descubrir un tesoro. A veces su destino es llegar la última y encontrarse desparejada en medio de otras todas iguales. Algunas tienen la suerte de ser firmadas por manos célebres y así gozan de cierta fama. Se habla de ella en ferias especializadas y en estudios de arquitectura, mientras en los bares se sigue pensando que una vale por otra. Entre sus admiradores hay quien pierde horas de sueño diseñando encajes perfectos, quien duda entre un rosa empolvado y un bubblegum, quien ama la fuga.
La baldosa triunfa en su versión blanca con vetas en los suelos de hoteles en la costa, encanta en tonos salvia en un baño para huéspedes deseados, genera envidia en cocinas decoradas con sus dibujos sincopados. Colocada con cuidado o hecha pedazos, mantiene su identidad incluso cuando, tras haberla mecido durante años, las olas devuelven un fragmento pulido a la playa.